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Hay algunos tesoros que deseo compartirles.

“EL PUEBLO BOLIVIANO Y PLAYA GIRÓN”

De mi cofre

Un artículo periodístico firmado por los historiadores cubano Froilán González y Adys Cupull, que llegó a mis manos no puedo precisar por qué vía, me da oportunidad para inaugurar esta mi columna; en verdad, estaba esperando un pretexto para empezar a desgranar todos los recuerdos, algunos buenos y otros malos, que tengo guardados y que no quiero que caigan en el olvido definitivo.

El artículo en cuestión, que se basa en una entrevista al periodista y político boliviano Antonio Peredo Leigue, reviste, sin duda, importancia por dar a conocer algunos aspectos de cómo se recibió, el mes de abril de 1961, en algunos sectores bolivianos la noticia de la invasión mercenaria a Playa Girón; sin embargo, el título del artículo es un tanto exagerado, por su enfoque parcial del acontecimiento.

Siempre he sido fanático de la exactitud y, si se trata de hechos históricos, este mi fanatismo se exacerba; esta mi tendencia, loable o criticable según como se la mire, se ha acentuado en estos mis años de vejes. Por ello, sobre el artículo de marras, me permitiré efectuar algunas disquisiciones.

Empezare por referirme al órgano periodístico en el que, según su relato, trabajaba Antonio Peredo Leigue. No menciona su nombre pero dice que era un vespertino propiedad de Víctor Paz Estensoro; trato de hilvanar mis remembranzas y creo que el órgano de prensa era editado por la empresa “La Nación”, que no era propiedad de Paz Estensoro sino del Comité Político Nacional del MNR. Esta empresa periodística nació el primer año de la revolución nacional y, en el curso de su existencia, tuvo como directores a dos intelectuales de innegable raigambre revolucionaria, Saturnino Rodrigo, su fundador, y Augusto Céspedes; con el pasar del tiempo, la revolución nacional fue desvirtuándose y, como no podía ser de otra manera, el órgano periodístico del MNR tomó rumbos reaccionarios, y en 1961 estaba a cargo de Hugo González Rioja, como Director, y Yerko Garafulic Gutiérrez, como Gerente, ambos personajes íntimamente ligados a la embajada norteamericana.

 En el artículo de los periodistas cubanos, o en el relato de Peredo Leigue, se deslizan algunos errores: Uno de ellos expresar que Inti, hermano de Antonio, tenía gran ascendiente en el estudiantado universitario de La Paz, dando a entender que pertenecía a este sector; la verdad es que Inti nunca fue universitario, eso sí fue un revolucionario a carta cabal, un “revolucionario profesional”, lo que no significa de ninguna manera que, al establecer la verdad, estemos disminuyendo sus grandes méritos. El otro error, no tan importante, es decir que Antonio Peredo, en aquella época, hacía “plantones de protesta” frente a la embajada americana junto a su esposa, María Martha González; la verdad es que el matrimonio del mayor de los Peredo con María Martha data de muchos años más tardes.

Me parece que las referencias que se dan sobre la reacción de los sectores populares de La Paz en defensa de la Revolución Cubana es demasiado pobre, yo no estuve allí pero creo que la respuesta fue mucho mayor.

En Cochabamba, y esto me tocó vivir, apenas se dio la noticia de la invasión comenzó una labor de reclutamiento de voluntarios para viajar a defender la Revolución. Ello era organizado por la Central Obrera Departamental, por la Federación Departamental de Fabriles, por la Federación de Estudiantes de Secundaria y por el Comité de Solidaridad con la Revolución Cubana; la Federación Universitaria local, que había caído en manos de la derecha reaccionaria, estuvo al margen de esta movilización, por el contrario se alineo junto a los que se manifestaban en favor de la invasión. Es necesario dar algunos nombres: era Secretario General de la Federación Universitaria Local Franz Ondarza Linares (sic), después de unos años figura “importante” de la política y la diplomacia boliviana; era Secretario de Gobierno de la Federación de Estudiantes de Secundaria un esmirriado joven comunista, José Roberto Arze, actualmente destacadísimo miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y de la Academia Boliviana de la Historia; era dirigente y principal motor del comité de solidaridad con revolución cubana otro joven comunista, Guido Arze Lujan, que, al calor de una pasión amorosa por otra joven comunista, Elcy Lara López, desbordaba de brío y energía en su labor, paradójicamente, con el correr del tiempo y después de estar becado en cuba, se convirtió en paramilitar de Luis Arce Gómez.

Uno de los capítulos desconocidos del impacto que causo en Cochabamba la invasión de Playa Girón, es la canción protesta que compuso el cantautor Isaac Fernández Bustos, último vástago de una familia de comunistas, que muy poco tiempo atrás había desempeñado las funciones de Primer Secretario del Comité Regional de Cochabamba de la Juventud Comunista de Bolivia. La composición decía:

Bolivianos vayamos a luchar

Junto a cuba, la Patria de Martí,

Que los traidores hoy pretenden destruir

Ese templo de sagrada Libertad.

“Cuba si, yanquis no”,

Es el grito del guajiro y del obrero;

“Cuba si, yanquis no”,

Respondemos desde el Ande con valor

“Patria o muerte, venceremos”

Con Fidel, Che Guevara y Raúl.

A Luchar, A Luchar

Junto a Cuba Inmortal.

Los detractores de la Revolución Cubana no se quedaron de brazos cruzados, organizaron, ya en momentos de furia por la derrota que se había inflingido a las huestes mercenarias, bajo la dirección de la Iglesia local y de la Federación Universitaria Local, una manifestación que resulto masiva. En ese entonces, y quizás hasta ahora, Cochabamba tenía una dominante mentalidad feudal, no en vano había sido el centro de un sistema agrario medieval; poco antes, en las elecciones generales de 1956 y 1960, habían triunfado en la ciudad las listas derechistas encabezadas, en la primera oportunidad, por Oscar Unzaga de la Vega y, en la segunda, por Walter Guevara Arze.

La manifestación de los furibundos y los despechados enemigos de la Revolución, tenía por protagonistas principales, entre otros, a Jaime Ponce García, hasta un año antes Secretario de Gobierno de la Federación Universitaria Local, a Franz Ondarza Linares (sic), en el desempeño entonces de esas funciones, a Jorge Agreda Balderrama, que desempeñaría tales funciones pocos meses después y que años más tardes llegaría a ser Presidente del Partido Demócrata Cristiano, a Antonio Aranibar Quiroga y Jorge Ríos Dalen, por esos días jóvenes militantes católicos y que al cabo de unos años serian fundadores y dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, y a los celebérrimos hermanitos Guido y Gary Alarcón Segada, que no tardarían en convertirse en expertos torturadores al servicio de las dictaduras fascistas.

Uno de los objetivos de la manifestación descrita era la destrucción de la librería Altiplano, propiedad del Partido Comunista, en la que se expendía material bibliográfico marxista. El gerente de la librería, Ángel Molina Barrios, había sido “residenciado” poco antes en Guayaramerin; la librería quedó al cuidado de su esposa, Graciela Rojas Duarte, de su cuñada, Marcela Rojas Duarte, de su anciana suegra, Ana Duarte, y de un sobrino adolecente, Mario Botto Molina. No era un elenco idóneo para aguantar la intentona de la turba furibunda, había que reforzar la resistencia; no faltaron algunos osados voluntarios para ello, entre otros Julio Rojas Araujo un atlético profesor de educación física de militancia trotskista, el citado Arze Lujan, y los hermanos Eddy y Carlos Soria Galvarro; en inferioridad numérica pero imbuidos de valor revolucionario, los defensores del “fortín”, armados tan solo de sus cinturones de cuero y usando diestramente puños y pies, pudieron mantener a raya a los agresores.

La jornada no terminaba ahí. En la caótica dispersión que siguió (perdóneseme relatar mi experiencia personal), fui a dar a la esquina formada por las calles Sucre y 25 de Mayo. (No me resisto, a pesar de que no tiene mayor importancia histórica, a hablar de esta esquina: estaba conformada por los restos de la iglesia de la Merced, que años más tardes desaparecieron por órdenes emanadas por la ignorancia de Hugo Zannier Valenzuela, eventual gerente de la empresa telefónica local; por la mansión de Herman Rivero Torres, magnifica y señorial casona; por el cine Astor, de reciente construcción, en uno de cuyos aledaños funcionaba un café propiedad de Salvador Dueri, el entrañable y bonachón salvo, muerto prematuramente; por la casona también señorial de la familia Blanco Galindo, en la que nacieron y se criaron Antonia, de no muy grata memoria, Cleomedes, médico de gran predicamento local, y Carlos, que desempeñaría en 1930 las funciones de Presidente de la Republica). Pues bien, en esta esquina, por desgracia mía, fui a parar en medio de la rama femenina de la furibunda cledicanalla Cochabambina, de la que a dos personajes recuerdo nítidamente, a Antonia Terrazas Mansilla, lejana tía mía, de no muy católica conducta, y a Felicidad Bustamante Pérez, que había sido años atrás mi fugaz profesora de religión (de esto hablaré en otra oportunidad extensamente), en quién rebalsaba un fanatismo oscurantista emergente, según creo, de la falta de riego. Había caído en las garras de estas “nobles matronas” una presa apetecida; no es que yo era muy importante pero si, por antecedentes de mis nuncas ocultas convicciones, profesadas desde niño, atea y comunista, era para la beatería la personificación del Diablo, era significativo el hecho de que al cruzarme alguna vez con estas vejanconas se me decía supaypa wacasqa y se procedía al ademán de santiguar. Como por arte de magia, apareció una soga, y se buscaba un poste del cual colgarme, situación para mí no muy cómoda por cierto. En esas circunstancias apareció un mocetón alto y fornido, al que yo no conocía; se abrió campo por entre el grupo que quería “ajusticiarme” y, emprendiendo conmigo a empellones exclavo “comunista de mierda, preso a la policía”; era mi salvación, preferible ir a parar tras las rejas que aparecer como péndulo humano. Ya en las inmediaciones del organismo de seguridad, el mocetón, cambiando su fiera faz por otra sonriente, me dijo “hermanito, te he salvado”; no era ningún agente de policía, era un ciudadano que se conmovió ante mi posible trágica muerte.

Abril de 1961: en el cofre de mis recuerdos, una perla.

SIN DUDA, UNA REVOLUCIÓN

bolivia_1952

Casi inadvertido transcurrió ayer el 9 de abril. En torno a esta fecha, que debería servir para recordar uno de los acontecimientos trascendentales de la historia nacional, se echó un manto de olvido, a veces propio de la perdida de la memoria pero otras con evidente mala intensión.

Hagamos un poco de historia. La Revolución Nacional, cuyo hito cimero es la insurrección popular del 9 de abril de 1952, fue el producto de la toma de conciencia de élites militares y civiles emergentes de la Guerra del Chaco, que supieron arrastrar detrás de ellas a amplios sectores populares.

En las arenas del Sudeste se forjo una generación militar rebelde, la de quienes enarbolaron con pasión la bandera del mas puro nacionalismo; allí nació, en medio del fuego bélico, la logia Razón de Patria, que habría de dejar huella profunda en el acontecer social boliviano; allí también se asimentaron las convicciones de una pléyade de intelectuales, de un Carlos Montenegro, de un Augusto Céspedes, de un Armando Arce, a los que se unieron, posteriormente, dos intelectuales, José Cuadros Quiroga y Walter Guevara Arze.

En los primeros años de la década del 40 estas corrientes, militar la una y civil la otra, al coincidir su visión histórica, unieron sus fuerzas y dieron al advenimiento al gobierno de Gualberto Villarroel, precursor de la Revolución Nacional. Los objetivos políticos fundamentales de esa alianza gobernante eran liberarse de la opresión que externamente se ejercía sobre la Nación y liberar al pueblo de la opresión interna a la que la «Rosca» minero – feudal lo había sometido. Era, sin duda, un nacionalismo, aunque ingenuo en muchos de sus planteamientos, puro.

Como no podía ser de otra manera, no faltaron los férreos detractores del gobierno de Villarroel. Por un lado, la «Rosca», que sentía amenazados sus espúreos intereses; por lo otro, una «izquierda» estúpida que, en lugar de identificar a los verdaderos enemigos de la nación y del pueblo bolivianos, se alió justamente con esos enemigos.

La guerra civil de 1949 abrió un nuevo cauce en la política boliviana; era un pueblo que se alzaba en armas contra una olidarquia lacaya del imperialismo Norteamericano, succionadora de los recursos del Estado y opresora de las masas populares. La huelga general de 1950 y el triunfo del MNR en las elecciones de 1951 son otros mojones singulares en el desarrollo del proceso revolucionario.

En abril de 1952, después de haberse desconocido la decisión democrática de la ciudadanía, las masas populares paceñas, liderizadas por Hernan Siles Zuazo, decretaron el fin de un régimen anacrónico. A renglón seguido, Víctor Paz Estensoro, a quien por paradojas de la historia se lo había hecho Jefe del MNR y que vivió seis años de exilio dorado en Buenos Aires, volvió al país y aprovechó de la generosidad de Siles para hacerse cargo de la Presidencia de la República; fue el comienzo de una trayectoria de traición.

Sin embargo, y por presión de las masas populares que se habían aglutinado en torno a la Central Obrera Boliviana, se decretó la Nacionalización de las Minas, el 31 de octubre de 1952, y la Reforma Agraria, el 2 de agosto de 1953. Sin duda, fue una revolución, aunque la traición estaba a la vuelta de la esquina. A pesar de ello una de las medidas de la Revolución Nacional hizo cambiar, y el cambio fue irreversible la estructura de la sociedad boliviana; fue la Reforma Agraria, que abolió el sistema feudal fundamentalmente en los departamentos de La Paz, Cochabamba y Chuquisaca.

El 14 de julio recordamos, con unsión, la Revolución Francesa, el 7 de noviembre la Revolución Rusa, el 26 de julio la Revolución Cubana; todos ellos son hitos perdurable en la Historia de la Humanidad. El 9 de abril debería ser recordado, con la misma devoción, por todos los bolivianos.